ANUDAN EL CABO DE UNA CEREZA CON LA LENGUA

31 dic 2009

RUSHING OVER


Lucrecia H. musicaliza nuestro cabaret. La vemos dirigirse hacia el Salón Japonés, del que saldrá la música que la altera. Como una multiplicación alucinada de falos que rozan, penetrando, su epidermis. Lucrecia H. viste invariablemente ajustadísimos vestidos negros y calza tacones de aguja, como torres de vértigo, con los que se desliza con movimientos de pantera. Adora las perlas, que destina a múltiples usos con sus visitantes. Y engarza en su largo y lacio pelo negro libélulas de nácar.
Hoy estremeció el atardecer con Rush Over. La música le arranca palabras a su sexo.
Hoy escribe Lucrecia H. Para ella no existe el punto final.




Quiero que tomes todo lo que no es tuyo
Quiero que me invadas y reclames
lo que te niega la naturaleza
Ignoremos la finalidad
No te espero en la obvia humedad
que se inflama a tu tacto
Te ansío en los huecos
que nos conducen a la nada
Y que no engendran más
que esta explosión en mi cabeza

No es la física lo que me logra
Ni la destreza de tus movimientos
Es este juego de ideas que me devasta
y me empuja hacia el final
Es la imagen que el ángulo de mi cuerpo
esconde
pero que dibujo de vos
acoplado o comido

Y tu simiente que desborda, mi amor,
solo para probar tu placer
Y provocar el mío

30 dic 2009

PROFUNDO, PROFUNDO

A Nina.



Diluviaba sobre Babilonia.
Se quitó el sombrerito.
Apoyó la escuálida maleta
sobre el sofá tapizado de brocato.
Inundó con su risa las lámparas antiguas,
los cortinados rojos, los pajaritos mudos,
detenidos y absortos de los jarrones chinos.
El salón no quería secarse.
Se obstinaban en afinarse las agujas
de los antiguos relojes, conmovidos.
Ante la risa insomne,
el columpio de agua de Ninette.

Ninette nada hasta el fondo del río,
sin escafandra ni tanque de oxígeno.
Todos supimos que sería buscada.
Los toma de la mano y los empuja
hasta el límite corrido y trastornado
de su sedienta caverna vaginal.
Les tributa la obsesión de su estocada.
Buscan los restos de sus propios naufragios
entre los arrecifes y las fosforescencias,
los veranos boreales y el eclipse salado
de las resueltas contracciones de Ninette.
La luna cuelga al revés, cede la Vía Láctea,
la visibilidad submarina es excelente.
Hasta que el eje tiembla y persiste en desplazar
las vacilantes y humedecidas certidumbres.
Los caramelos corren a deshacerse en el presente.
En Ninette ríen las extremidades,
las curvas de sus brazos de remera,
sus piernas como agitados puentes
hacia el Nunca Jamás.

No hay nada que te alumbre como el aro
beligerante y protector de su cintura.
Provoca entre sus peces codiciosos
la narcolepsia de los bordes abisales.
Todo vira a un azul de sirena sin freno,
tu pulmón va perdiendo terreno,
tu cabeza ofrenda la cordura,
te ahogás entre las algas nebulosas
de los escándalos elementales.
Los elementos muestran su cara impura
y aniquilan la cara en el espejo.
Ninette se ríe de las calamidades.
En tu esternón diseña su reflejo.
Lame los huecos heridos de las cosas.
Si no hace pie insulta y recomienza
su descenso,
suelta un "fuck" como el de John Frusciante
cuando se olvida la letra y continúa.
Su experimento dulcemente trastornado
sin arneses ni sogas.
Ellos se pegan a su boca asfixiados,
imantados por su voracidad.
Ninette empuja y otorga el boca a boca
como un pase a la Atlántida,
fatal y provisorio.

"¿La ves, ves las torres y las catedrales,
los palacios y los niños dormidos
a los pies de las bestias y las flores?
¿Ves los caballos del ejército rendido,
pastando a las orillas del invierno?"

Ellos ven mal de amores,
el buque genital no sale indemne
del oleaje adictivo de Ninette.
Ahora es mar que izó bandera en rojo.
Se sumerge y seguís la linterna
de esos ojos volados de este mundo.
Estás condenado a retornar,
a nadar y bajar más profundo
de lo que alguna vez te enseñaron
a bajar.

28 dic 2009

OJOS DE VIDEO TAPE



Ella instaló un proyector
en los ojos perdidos de Manon,
sin darse cuenta.
En las pupilas prisioneras de Manon
los fotogramas muestran
el arco singular e intermitente
de una relación.
Quebrada.
Como el ala de un pájaro ciego.
Como una taza modesta de bazar
donde la porcelana inglesa está vedada.

Ella succiona los pechos de Manon,
buscando lirios y leche postergada.
Un pezón erecto le trastorna los dientes
que muerdan y que sueltan,
que rozan y rasgan y espolean
la montura que está pidiendo a gritos
ser montada. Llueve.
Bajo los párpados en sombras
de Manon.

La película corre.
Es una cinta caliente y perforada.
Perforada y ausente
para cualquiera que intersecte
esa mirada.
Ese lago donde no queda
nada
excepto las astillas obstinadas
del mapa muerto
de una relación.
Una nuca tatuada,
una lengua cincelando la pelvis
que hace aullar y no pide perdón.

"Perdón, Manon, no sé qué te sucede",
susurran sus amantes intrigados.
No quiere juego previo,
les da la espalda
en cuanto acaban y toman lo que dio.
En el iris lleva grabado un epigrama,
en cada fotograma que pasó.
Vuelve a pasar, ella vuelve a pasar,
es la partida repetida de dados
en los ojos tristes de Manon.

En la rueda convexa de la buena fortuna
Manon quedó atrapada.
Sigue girando sola y la rueda oxidada
chirría en su sexo y es su perdición.
Una muñeca olvidada en el parque.
Un tren en marcha hacia ninguna parte.
Una pantalla que sigue proyectando
cuando la sala de cine ya cerró.

Manon se deja tocar, se deja penetrar
por los espectadores.
La atan a la cama. Ella no está.
Manon tampoco. Manon se fue con ella.
Es una montajista del recuerdo
recorriendo la banda de Moebius
de un fulgor desquiciado.
El silencio de lo que fue un estrépito
entre chicas.
Un circuito nervioso y apagado.
Llueve sobre las ruinas
de una relación.





Foto: Nan Goldin

COLGADA DEL TRAPECIO


Cada lunes, a las tres de la tarde,
cruza el umbral, me observa fijamente,
murmura: "Quiero a Alice".
Alice lo espera colgada del trapecio
para que él la descuelgue y la sostenga
sobre la ausencia de los próximos días.
Mientras desliza ese cuerpo frágil
hacia el suyo,
él apoya la boca en el sexo de Alice,
anhelante y expuesto
bajo la enorme camisa masculina.
Ella cierra los ojos. Lo toma de la nuca
echándose hacia atrás.
El cava, frota y excava
esa segunda boca vertical
que lo deja sin aire,
le borra los recuerdos,
lo declara inmortal y lo asesina.
Alice extiende las piernas,
las pecas infantiles de las piernas,
los brazos que son hélices.
Porque pide volar.
El comienza a girar
comiéndose a mordiscos
las convulsiones
tiernísimas y líquidas
de Alice.
Alice le marca la cara
con su agua bendita.
Él lame como un perro.
Él apenas puede respirar.
El pelo de Alice
es una cascada, una lluvia
de estrellas malhadadas
que solo caen los lunes
a las tres de la tarde.
De los talones de Alice caen esquirlas.
Han hecho un pacto de ansia desbocada,
un pacto de precario y salvaje dominio
que nadie sabe cuánto puede durar.
¿Quién se atreve a decir
cuánto duran los pactos?
¿Cuántos sepultureros viven
de enterrar vaticinios?
Los miramos flotar
en esa T demente
que extenúan y agotan
en el último cuarto.
El parte con los labios desbordados,
partidos y cargados de hermosura.
Alice duerme con el sexo vaciado,
pulido y preparado
para recomenzar su secreta floración.
Una semana exacta es lo que dura
la soledad de una vulva sin precio.
Los lunes Alice no cobra lo que ha dado.
No habla ni cuenta lo que le fue entregado.
No ríe ni juega a la crucifixión
hasta que vuelve a colgarse del trapecio.





Foto: Francesca Woodman

27 dic 2009

PUEDO SOLITA



Ayer me compré un consolador.
Caja de cambio. Tres velocidades.
Es un extraño animal. Que me devore.
Que me clave a su cuerno y me calcine.
Me puse solo las botas de vaquera.
Es sábado a la noche. No me arranca.
No se mueve, no activa, no se entera.
Lo miro cara a cara.
Incrédula, en stand-by, desconsolada.
Le digo: "¿qué te pasa? ¿no podemos hablar?"
"No sos vos, soy yo", me lloriquea
entre mis ingles mirando hacia otro lado.
Tan previsible, tan vulgar, tan de tarado.
Pero es sábado a la noche y yo me incendio.
"¿Si te ponemos en primera,
para ir de a poquito,
para que no te sientas abrumado?"
"¿Si te ponemos en segunda
y vamos carreteando de la mano
hasta el despegue?"
"¿Si te ponemos en tercera
y la cortamos y volamos de a dos
la noche entera?"
No sabe/no contesta.
Me exasperan sus ojos de pescado.
Mis botas exigen carretera.
"¿No querés que te riegue?"
"No, necesito un tiempo",
balbucea inerte en mi entrepierna.
De mi cueva un dragón escupe fuego.
"Mi intensidad te inhibe, lo sé,
no te preocupes".
Sacude su cabeza. Me entusiasmo.
Hay señales de vida. "Te intimido"
Pero no. "Es que estoy confundido".
Es un mamerto total. Que se retire
y se vuelva al sex-shop del que ha salido.
Los tacos de mis botas se han crispado.
Son las tejanas del Lejano Oeste
que no se inclinan, cueste lo que cueste.
"Quiero un orgasmo, no busco un marido",
pongo música y lo meto en su caja.
Mi índice es una especie de navaja
lista para empezar el recorrido.
Las suelas ensucian las sábanas blancas.
Clavan en el colchón sus estertores.
Mis manos se turnan. Se entretienen.
Juego, me inundo, trepo y hago cumbre.
Que los desertores se deslumbren,
que miren, que aprendan, que jadeen.




Foto: Jeanloup Sieff

26 dic 2009

EL ÚLTIMO DISPARO



Si estoy abajo, mi amor, es porque quiero.
Es mi elección. No es mi única opción.
No necesito padres misioneros.
Agito a ojos cerrados
aunque parezca inmóvil.
Tengo las llaves que encienden el motor,
soy el motor que hace girar el mundo entero.
Si digo no, la humanidad se acaba.
Nos declaro una especie en extinción.
Si digo no, no hay nada más
que hacer.
Quiebro el orden establecido
si me altero.
Es mejor que vayas con cuidado.
Mis piernas pueden ser
tu soga al cuello.
Estos tacos, tu cruz.
Estas manos, las manos
que lentamente
te inoculen el veneno.
El de la desesperación
del pescador sin red,
del general sin obús,
del consuetudinario conductor
que se quedó sin frenos.
Ay, yo te puedo estrellar
contra el árbol
de los desamparados en tu nombre,
de tus encadenados,
de tus silenciados pordioseros.
En la ruta aprendí
que hay que llevar revólver.
Soy la dueña del último disparo.
El último bang-bang me ha sido
reservado.
Habrá llevado siglos
pero en la oscuridad de esta noche de lobos
al inventario interminable de tus robos
el epitafio ("bang-bang")
se lo escribo yo.





Foto: Jeanloup Sieff

22 dic 2009

FLOTACIÓN Y APERTURA



El Sr. Florista
corta con mano experta el tallo
de los jazmines.
"Deben flotar con el agua al cuello".
"Se abren cuando los pétalos
se apoyan en el agua".
Como si no supiera.
Los jazmines flotan en mi pecera.
Orbitan en mi líquido. Quisieran naufragar.
Los jazmines soplan en mi pubis
sus tormentas.
Mi pubis no es precisamente angelical.
Paladea el temblor de los jazmines.
Los conduce hasta el bosque y se los come.

Tu mano experta debiera recortar
mi clítoris. Mi sede.
Sumergirlo en tu boca
que desboca
su enigmática y resuelta arquitectura.
Darle electricidad. Una lectura
exasperante y demencial de cada pliegue.
Nada de ternuritas.
Tomarlo de la nuca y masticar
hasta los ángulos que ya no se pueden,
que ya no se dejan sujetar.

Nada de sugerencias.
Los jazmines no tienen paciencia.
Quitame el tallo. Invitame a nadar.


Foto: Ralph Gibbons

21 dic 2009

TROCANDO KIWIS


Salgo a cazar kiwis esta tarde,
a entregarlos huyendo del letargo,
escondiendo mi sombra del sudor.
El día es más largo que los días
en los que no sabía todavía
el número de tu habitación y de mis redes.
La pintura se quiebra en las paredes
y la cama se hamaca alrededor
de esta cesta temblorosa de kiwis
en la que nos hemos convertido.
Ya no hay boca, no hay pechos.
Ya no hay vulva.
Hay pulpa y gajos
alucinadamente mordidos
y deshechos.
No hay boca, no hay testículos.
Mis dientes mordisquean
los versículos inscriptos
en tus gónadas.
Mis dientes son los nómadas
que van desde tus labios
hasta el triángulo
que me alimenta a esperma.
Los teléfonos están desconectados.
Mis fluidos hacen plaf, plaf,
sobre tu lengua.
Ni la lluvia sabe mojar así.
Ni un conejito se concentraría,
se afanaría comiendo
de esta forma.
Benditos sean
los que se conforman
con rozarse la piel.
Yo te lamo primero,
vos me lamés después.
Lo hacemos al revés,
a quién le importa.
Los kiwis entreabiertos,
hendidos, exprimidos,
se contraen y se frotan
en las sábanas.
Fue la hora
de la anarquía frutal.
Las aspas del ventilador
soplan la brisa
que aplaca poco a poco
los gemidos.
Fue la hora
de la soberanía brutal.
Esta carne que quema
arde por toda la carne
que se ha ido.





Foto: Ralph Gibson

19 dic 2009

LAS UÑAS, CORTAS



Yo me corto las uñas al ras.
Soy un soldado.
No araño mis pliegues,
los trastorno.
Los froto
como si se tratara de cachorros,
presionando el anverso terminal
de estas falanges que empujan
suavemente.
Rompo el reloj antiguo.
Anticipo el ritual.
Yo me corto las uñas al ras.
De lado a lado.
Vuelo el arco sobrante. Quiero yemas
que penetren, excaven y humedezcan.
Quiero yemas que me hagan llorar,
estremecida. Contraída y deshecha
lentamente.
Quiero el quinteto de la muerte
en su lugar. Completo.
En cada extremo que asciende
hasta llegar, va mi saliva.
Chupo como un cachorro
mis uñas, mis aliadas.
Desaparecen por delante,
por detrás. Empecinadas.
Uñas de nena con tijera,
cuevas de nena empapada.
Espasmos de nena
en cuatro patas,
que tantea las claves
incluso con la llave
que ha cerrado la puerta
para entrar a jugar.


Foto: Ralph Gibson

17 dic 2009

(ABYECTO) TRAYECTO DE AUTOBÚS



Ni te atrevas a cederme el asiento.
No te muevas.
A ver por cuánto tiempo
me sostenés de pie.
Sostenés mi mirada.
Esfumé el lápiz kohl sobre mis párpados.
El rimmel lame un bosque en mis pestañas.
Para qué negártelo. Es así. Soy puro vicio.
Aferro el pasamanos
como si fuera un falo de metal.
No lo muerdo porque me gusta más
clavarte con los ojos la estocada.
Sonrío apenas, con la boca cerrada.
Sé humedecer con la lengua
el labio superior (de mi boca).
Los labios inferiores
están humedeciéndose,
de a poco.
Todo depende de lo que quieras hacer.
¿Hasta dónde estás planeando llevarme?
Desviarme del camino al parque.
Penetrarme en la curva
bajo el túnel.
Si es abajo, está bien.
Me enciendo en las calderas
subterráneas.
Me arde el clítoris
ante el contacto suave de una gasa.
Es como si la gasa entrara
en una lenta y exquisita
combustión.
Tu pene crece bajo el pantalón.
No intentes ocultarlo.
Está duro y erecto. Me da hambre
de glande, hambre incorrecto.
Contraigo las paredes de mi vulva.
Lo tocás. Lo apretás.
Veo tu mano afanosa
agitarse bajo una novela.
¿Vas a mojar a Tolstoi?
¿Querés guerra?
Te miro y te confieso
que ya no puedo más.
El flujo me baña la entrepierna.
Con un gesto te indico
que tengo que bajar.
Siento tu pene grueso
apoyarse contra mis nalgas
tensas.
Quisiera hacer durar esta tensión.
Hasta encontrar las llaves
y volver a estaquearte
en la escalera.
Hago estas cosas cada vez que puedo.
Cosas raras y tibias, que se tragan.
Como la hostia de la comunión.